Historia de los puentes de Bilbao
No se puede entender la ría del Nervión-Ibaizabal sin sus puentes.
En la actualidad, 14 puentes cruzan la ría a la espera de que durante los próximos años se abran otros tres.
Un poco de historia
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No se puede entender la ría del Nervión-Ibaizabal sin sus puentes. No en vano, el propio escudo de la capital vizcaína lleva impreso el fundacional, el de San Antón, el único punto de unión entre ambas orillas de la Ría de Bilbao durante siglos, si bien la situación de este puente, en el escudo, refleja el antiguo puente del siglo XV. El actual se inauguró en 1938.
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En el entorno de Bilbao siempre se habla de “margen derecha” y “margen izquierda”, una manera muy clara de clasificar la procedencia, el orgullo o el origen de las y los oriundos de la metrópoli. Y, para conectar ambas márgenes, los botes, luego gasolinos, y los puentes han sido y son fundamentales.
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Sin embargo, la historia de los puentes a lo largo de la ría no ha estado exento de dificultades ya que, la necesidad de no entorpecer el tráfico marítimo y portuario hizo que su número no fuera amplio durante siglos y que, en todo caso, los que se construyeran tuvieran siempre una condición: que fueran móviles, es decir, que se pudieran abrir para no entorpecer el tráfico fluvial. En la actualidad, 14 puentes cruzan la ría a la espera de que se inaugure el de San Ignacio a Zorrotzaurre y comiencen a construirse la pasarela peatonal de Barakaldo a Erandio y el que lleve el tranvía desde Olabeaga a Zorrotzaurre.
Es difícil quedarse con alguno de todos ellos. En todo caso, desde el punto de vista patrimonial, los más relevantes son los que comentaremos a continuación.
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Aguas abajo del puente de San Antón se sitúa la pasarela de la Ribera, de 1938, si bien en ese lugar varios puentes existieron antes que el actual. Quizás el más popular fue el que existió entre 1827 y 1852, un puente suspendido por cadenas de hierro, el antiguo puente colgante al que se refiere la popular canción (y no el de Portugalete-Getxo): «No hay en el mundo, puente colgante, más elegante, que el de Bilbao, porque lo han hecho, los bilbainitos, que son muy finos, y muy salaos».
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También el puente del Arenal ha sido históricamente estratégico. No en vano, fue aquí donde se ubicó el primer puente que comunico la villa de Bilbao histórica con el “nuevo Bilbao”, su ensanche. Este primer puente fue inaugurado en 1845 y bautizado con el nombre de Isabel II. Era de hierro de fundición, fabricado en la cercana fábrica de Santa Ana de Bolueta, y es el primero de este tipo (metálico) construido en todo el Estado. Aunque parezca mentira, uno de los arcos que formaba parte de aquel puente se conserva en la actualidad montado en un puente en la desembocadura de los ríos Udondo y Gobela, en Leioa. Es conocido como el Puente del Udondo.
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El puente del Ayuntamiento fue inaugurado en 1934 y, tras ser destruido durante la Guerra Civil, se encargó la construcción del puente actual a los ingenieros Ignacio Rotaeche y José Ortiz de Artiñano, siendo reinaugurado en 1939. En 1969 perdió su característica de basculante, sellándose definitivamente para impedir su apertura.
Antiguamente este puente cohabitó con una pasarela de hierro, ya desaparecida, a escasos metros del actual y de carácter privado. Cobrando un peaje por cruzarlo, esta pasarela cuyo nombre era Pasarela Giratoria de Hierro, era conocida por «Perrochico» debido a que el peaje era de cinco céntimos y así se denominaba popularmente a esta moneda.
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El puente de La Salve, obra del ingeniero Juan Batanero, fue inaugurado en 1972. Fue el primero en todo el Estado en construirse con tirantes y es uno de los pocos con cubierta de hierro. Los tirantes están anclados en dos mástiles de 60 m de altura y sujetan la cubierta de 270 m de longitud. Cuando las embarcaciones llegaban a la altura del puente, se divisaba por primera vez la Basílica de Begoña, un lugar emblemático y muy querido de la villa, momento en el que los marineros cantaban una salve a la Virgen de Begoña.
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El puente de Deusto, obra de los ingenieros Ignacio Rotaeche y José Ortiz de Artiñano, y supervisado por el arquitecto municipal Ricardo Bastida, fue un puente diseñado como basculante para permitir el tráfico fluvial. Las obras de construcción finalizaron en 1936 y fue destruido durante la Guerra Civil. El puente se volvió a reconstruir y se reinauguró en 1939. Incluidos los viaductos tiene una longitud de 500 m y fue restaurado en 2008, aunque no ha vuelto a ser abierto. Se puede acceder al puente desde el muelle de Churruca, por ascensor y escaleras, desde la otra orilla por Ribera de Botica Vieja el acceso es por escaleras.